Una de las consideraciones más esclarecedoras respecto a la
teoría junguiana y el desarrollo de la personalidad, es que esta comienza por
ser definida en términos de metas, apuntando, según la etapa del desarrollo en
que se encuentra el individuo al logro de ciertas funciones.
Dentro del desarrollo de la vida de un individuo, Jung
separó ésta en un primer y segundo momento.
Dentro de la primera mitad de la vida, esta debía apuntar a
la resolución de problemáticas biológicas, psicológicas y sociales, por lo
tanto, el trabajo psicológico apuntará hacia el manejo de los impulsos, los
deseos sexuales, las sensaciones, entre otras manifestación psicosomáticas.
Dentro de esta primera etapa, el desarrollo impone a la
conciencia una cierta direccionalidad o movimiento que va desde adentro hacia
afuera del individuo. Por ello, en una primera etapa el niño o adolescente
tiene que adaptarse al mundo, es decir, cumplir con demandas de este,
realizando conexiones entre lo que dentro de su personalidad exige y lo que su
contexto exterior va imponiendo mientras se va desarrollando.
Por lo tanto se
trata de un progresivo desarrollo psíquico y equivale a la expansión o
ampliación de la conciencia, la cual se desarrolla en forma de diferenciación
de ciertas funciones (Jung, en Sassenfeld, 2012a,
p.5). Es un proceso guiado por la tendencia intrínseca y espontánea
hacia la actualización de potencialidades latentes del organismo y con intenciones
orientadas hacia el proceso de individuación.
Así observamos una
cierta tendencia en la primera mitad de la vida a la unilateralidad de la
psique y la fundamental importancia del desarrollo del Yo, para establecer y
poder lograr un óptimo desarrollo de la personalidad. En la primera mitad de la
vida se desarrollan más funciones que otras, existe una necesidad de adaptación
externa. Al respecto, Sassenfeld (2012b) destaca la particularidad de este
periodo, en donde lo primordial recae en la necesaria adaptación al mundo, lo
cual impone a la conciencia una direccionalidad que va desde adentro hacia
afuera. Esto se verá reflejado en que la tarea principal del infante en esta
etapa, es la necesaria diferenciación de su conciencia de la de sus cuidadores.
En este sentido,
Sidoli (1984) siguiendo a Fordham manifiesta que el infante “es
principalmente inconsciente en estas tempranas etapas de vida, pero no
totalmente inconsciente, a menudo en los estados de identidad, pero no todo el
tiempo” (p. 140). Este ir y venir entre estados de conciencia e inconsciencia
que manifiesta la autora, tendría la función de que el infante vaya conociendo
activamente los estados emocionales de la madre.
Considerando lo anterior, podemos comprender el desarrollo como un proceso
a lo largo de la maduración del individuo en donde este va sobrepasando ciertas
etapas y por ende las problemáticas o trastornos psicológicos serán entendidos
como resultado de procesos del desarrollo que no fluyen con naturalidad. Los
síntomas desde esta perspectiva vendrían siendo sustitutos de procesos
“estancados” necesarios para la individuación y que el paciente ha tratado de
evitar (Hall, 1986, en Sassenfeld, 2012). Desde esta perspectiva, los síntomas
son necesarios y la neurosis se configura como algo que forma parte del
desarrollo normal, dado que la inevitable unilateralidad de la psiquis en los
primeros años de vida trae como consecuencias una disociación de la
personalidad.
Otro punto importante a destacar, es que Jung no solo se dio
cuenta que lo inconsciente posee una parte que ha sido reprimida o disociada de
la conciencia por su carácter de incompatibilidad con esta, debido
principalmente a vivencias intensamente cargadas de emoción (Kalsched, 1998;
Sassenfeld, 2007; Stein, 2004), sino que además posee contenidos que nunca han
llegado a ser conscientes. A estos contenidos Jung (2004) denominó como arquetípicos,
provenientes de una parte del
inconsciente, que a diferencia del inconsciente personal donde se hallarían los
complejos personales (partes del psiquismo subjetivo), estos pertenecen a un
inconsciente colectivo y por ende comunes a toda la humanidad.
El carácter
colectivo de los arquetipos no quiere decir que estos representen lo mismo para
un conjunto de individuos, el arquetipo es el mismo, pero el significado para
cada imagen arquetípica (representación subjetiva que cada sujeto posee) va a
variar según la propia historia del individuo y que va a dotar a cierta imagen,
una valoración conforme su propia experiencia de vida. A partir de ello
“entenderemos que los símbolos que encarnan estos arquetipos, se llaman
arquetípicos” (Carrasco, 2007,p.81).
Así entenderemos
que estas pautas arquetípicas y su interacción con el ambiente, así como la
asimilación e integración de los elementos inconscientes en la estructuración
de la personalidad; son denominadas “intenciones
arquetípicas” (Stevens, 1990, en Sassenfeld, 2012) o “personalización
secundaria” (Neumann, 1949a, 1949b en Sassenfeld, 2012); Se trata de vivencias
arquetípicas que terminan por
convertirse en la estructura y dinámica de la psique. Los padres aparecen como
las principales figuras representativas en la primera infancia de arquetipos
influyentes en la psique del niño, para con el tiempo ir creando su imagen
individual en el complejo materno y paterno, y la posterior formación de las instancias psíquicas:
máscara-sombra, anima-animus como mapa intra-psíquico de las dinámicas del ser
humano en formación.
La relevancia de
estas consideraciones dan cuenta de un modelo fundamentalmente más amplio y
abarcador. Es habitual encontrar teorías del desarrollo de la personalidad que
se estructuran en etapas o ciclos, pero lo que no es habitual (y particular de
esta teoría) es la definición de personalidad que propone Jung, la cual pone en
un lugar predominante la participación del inconsciente en los primeros años de
vida y en la configuración de la personalidad. Por lo tanto, la infancia se
posiciona como rectora del destino de la persona:
“La infinitud del
alma infantil preconsciente desaparece o se conserva con ella. Por tanto, los
restos del alma infantil en el adulto son lo mejor y lo peor de él, y en todo
caso forman el spiritus rector
secreto de nuestras acciones y nuestro destino más significativo, ya seamos
conscientes o no de esto.” (Jung, 1910,
p 44)
Vale aclarar que
por destino se entiende,
“un factor irracional que impele fatalmente a
la emancipación del rebaño (…) la auténtica personalidad siempre tiene un
destino, cree en él, lo venera como a un Dios (…) tener un destino significa,
en sentido primitivo, ser llamado por una voz.” (Jung, 1940, p.170)
Por otra parte, en
cuanto a significación teórica, resaltan los conceptos de pautas de desarrollo
arquetípicas innatas, que lejos de concebirse como estereotipadas, más bien nos
habla de “estructuras arquetípicas de la
conciencia que son al mismo tiempo universales en sus formas y fundamentales y
únicas en sus manifestaciones individuales” (Stevens, 1990, en Sassenfeld,
2012, p.5). Para Jung la personalidad es
la principal colaboradora en el camino
hacia la totalidad, y el despliegue de la personalidad, cuenta no solo con
funciones específicas de la conciencia, sino también con una naturaleza
intrínseca, auto-actualizante y arquetípica que nos brinda las pautas para un
desarrollo y despliegue total del ser humano. Al hablar de despliegue total
hablamos de la máxima posibilidad de autenticidad de la personalidad con
intenciones hacia la individuación. “Personalidad
equivale a decir suprema realización del carácter ingénito de determinado ser
viviente” (Jung, 1940, p.164)
En relación a la
relevancia clínica el aporte más importante está dado por una concepción de que
los cuadros clínicos desde el punto de vista analítico, son una llamada de
“alerta”, ya que los síntomas neuróticos o psicóticos podrían estar indicando
la sustitución de un paso necesario para la individuación que el paciente ha
tratado de evitar (Hall 1983, en Sassenfeld, 2012, p.38); un sistema psíquico
auto-regulador que se activa cuando las “intenciones arquetípicas” se ven
frustradas, lo cual significa tanto desde la perspectiva del terapeuta como del
paciente, la confianza en un proceso que es natural
y que colabora con las propias tareas evolutivas del niño y del adulto que
en realidad no es más que “un niño eterno
que sigue formándose, que nunca estará terminado y que necesita constante
cuidado, atención y educación.” (Jung, 1940, p.162)
Por otra parte, esta concepción del desarrollo de la primera mitad de la
vida apunta a una especial atención a lo intra-psíquico y a las configuraciones de un psiquismo, que
aunque dinámico, asentará las bases para todo desarrollo posterior. Por lo
tanto, la comprensión del modo en que el niño ha vivido y significado su vida
nos da las pautas (y que son arquetípicas) necesarias para trabajar con un
adulto que, habiendo desatendido su mundo interno en pos de la adaptación,
busca la completa expresión consciente de su camino propio.
REFERENCIAS
-Sassenfeld, A. (2012a). Algunos aspectos generales de la teoría de Jung . En A.
Sassenfeld, El desarrollo humano en la
psicología analítica jungiana (pp. 4-8). Saarbrücken: Editorial Académica
Española.
-Sassenfeld, A. (2012b). El modelo estructural y la
teoría de la individuación. En A. Sassenfeld, El desarrollo humano en la psicología analítica jungiana (pp.
14-36). Saarbrücken: Editorial Académica Española.
-Sassenfeld, A. (2012). El desarrollo humano en la psicología analítica
junguiana. Saarbucken: Editorial Académica Española.
- Sassenfeld, A.
(2007). El complejo, los orígenes relacionales de la subjetividad y lo
inconsciente. En M. Abalos (Ed.), Aportes
en psicología clínica analítica jungiana (pp. 25-40). Volumen I. Santiago
de Chile: Universidad Adolfo Ibáñez.
-Sassenfeld, A. (2014) La psicología analítica
junguiana y el desarrollo de la personalidad. Cátedra Magister en psicología analítica Junguiana,
año 2014. Universidad Mayor. Santiago:
Chile.
-Sidoli,
M. (1988). Analysis: a space for separation. En Sidoli, M. and Davis,
M. (pp. 107 – 128). Junguian
child psychotharerapy.. Karnac.
Books. London.
-Stein, M. (2004)
El mapa del alma, según Jung. Ediciones Luciérnaga, Barcelona.
-Jung. C. (1940). Sobre la formación de la
personalidad. En C.G. Jung, La realidad del Alma. Buenos Aires: Editorial
Losada.
-Jung,
C.G., (1934) Consideraciones generales sobre la teoría de los complejos,
en Jung, C.G. (2004), La dinámica de lo Inconsciente, Madrid: Trotta, OC 8.
-Jung. C. (1910). Introducción al libro de francés
G. Wickes. Análisis del alma infantil.
En C. Jung Sobre el desarrollo de la personalidad. Obras completas v 17.
Editorial Trotta. Madrid. España.
-Kalsched,
D. (1998). Afecto, ansiedad y defensa de carácter arquetípico en pacientes que
han sufrido traumas tempranos. En A. Casement (Ed.), Post-Jungians Today: Key Papers in Contemporary Analytical Psychology (pp.
83-102). London: Routdledge.
*Imagen: Paul Klee