Sassenfeld
(2010) respecto a las contribuciones que Jung hace al campo del
cuerpo dentro de la psicoterapia, menciona que el trabajo con una
imagen psíquica fomenta la integración entre la conciencia y lo
inconsciente y que además no se puede hacer una separación radical
entre cuerpo y psique y que si esto es realizado, “se
hace al servicio de una mejor comprensión”
(Jung, 1988, en Sassenfeld, 2010, p. 132). Si tomamos en cuenta estas
consideraciones en la relación conciencia, inconsciente, imagen
psíquica, podemos entrever que tanto en el método psicodramático
como en la psicología analítica, la separación cuerpo, psique y
emoción, solo es arbitraria, en cuanto si se desea comprender lo
inconsciente, es adecuado entender la expresión de este también a
través de la expresión corporal.
Siguiendo
a Sassenfeld (2010), destaca que para la psicología analítica es de
suma relevancia ayudar a la conciencia a tomar contacto con lo
inconsciente, en este sentido, menciona que en la actualidad son
muchos los psicoterapeutas que han encontrado en el cuerpo una vía
regia
para entrar en contacto con el inconsciente personal de los pacientes
y de esta manera, trabajar con la elaboración de la sombra. Redfearn
(1998, en Sassenfeld, 2010) hace hincapié en que el poder
restablecer la conexión entre el yo y una parte o función del
cuerpo, implicaría la restitución de la cohesión del self, y
además en este sentido, el lenguaje expresivo del cuerpo da cuenta a
la vez de una expresión del self.
Ahora
bien, considerando lo anterior, resulta interesante comprender que si
el self también se expresa a nivel psíquico a través de imágenes,
lo que menciona Matoso (2008) adopta suma relevancia al mencionar que
estas imágenes, al personificarlas y dramatizarlas, permiten
comprenderlas, darles un sentido, y que es así como ello va dando
forma, estructura y lenguaje a estas expresiones inconscientes.
Siguiendo
a la autora, menciona que esta
Posibilidad
de corporizar los personajes que nos habitan permite, por la magia de
la representación, desalojarlos de sus escondites en el cuerpo y
verlos en escena, solos o interactuando, sufriendo o riéndose,
adquiriendo identidad propia. Este “desalojo” pone de manifiesto
las relaciones con el propio cuerpo, las características vinculares
de ciertas zonas y los matices y energías que adquieren (p. 78).
Estas
formas o imágenes autónomas que surgen de la psique inconsciente y
que traen aparejados conflictos de la psique personal o más
específicamente de los complejos, y que encontramos “adheridos”
al cuerpo, es justamente lo que emerge en la dramatización
(Fernández, 2013). Jung (2002) refiere que es la sombra la que
aparece proyectada en personas adecuadas, o muchas veces también
personificada como tal en los sueños.
Lo
que comenta el autor respecto a la proyección en tanto complejos
asociados a imágenes sombrías y a la tendencia del inconsciente a
personificar, es lo que Matoso (2008) en otras palabras menciona como
escenas alojadas en el cuerpo, de ahí que este sea conceptualizado
en el cuerpo como territorio escénico.
Estrechamente
ligada a esta concepción se encuentra el fundamento que instaura al
psicodrama como una psicoterapia de acción, pues a diferencia de
otras metodologías de psicoterapia, la dramatización in situ de los
conflictos trae inevitablemente la dimensión corporal al espacio del
tratamiento. Este cuerpo como escena, permite que múltiples
vivencias se registren a nivel físico, vivencias que la resistencia
psíquica de la mente incluso ha podido reprimir pero que el cuerpo
en su lenguaje particular busca expresar. Esto sostiene gran parte de
las técnicas de acción del psicodrama, las cuales apelan al
encuentro de un camino a través de menos resistencia a la aparición
de una carga afectiva, que permita generar una catarsis en pro de la
integración de la persona sufriente, lo que en psicología analítica
se busca es justamente dar expresión de manera espontánea a la
psique, promoviendo la creación de posibilidades mayores, ampliando
el campo experiencial del paciente, lo que en otras palabras se
traduce en promover un mayor diálogo entre el ego consciente y lo
inconsciente.
Ahora
bien, si lo central del trabajo con el cuerpo como método de
expresión de lo inconsciente trae aparejada el concepto de la
personificación, y por lo tanto previo a la personificación, es el
concepto de imagen, se hace necesario para poder comprender este
concepto entenderlo a partir de lo que Schilder (Farah, 2008; Matoso,
2010) describe como imagen tridimensional de nuestro cuerpo, creada
por nuestra mente, “el
modo en que nuestro cuerpo se presenta para nosotros”
(Schilder, 1981, en Farah, 2008, p. 56) y a través del cual se
distinguen todos los cambios que se presentan a través del cuerpo
antes de que ingresen a la conciencia. Dentro de ello caben todas las
percepciones visuales, cambios cenestésicos, kinestésicos, intero y
exteroceptivos. En este sentido, esto correspondería a lo que
Sassenfeld (2010) menciona como propio de aquello que se pone en
juego en la comunicación no-verbal, específicamente de inicio
temprano en las primeras etapas del desarrollo infantil, y por ende
relacionado con las primeras etapas del vínculo primario con el
cuidador. Siguiendo estos planteamientos, lo que está puesto en
juego en el desarrollo de la imagen corporal y por ende en las
representaciones psíquicas tanto conscientes como inconscientes, son
lo que las neurociencias mencionan como los aspectos explícitos e
implícitos del self (Schore, 2008). Este esfuerzo por parte de las
neurociencias de conocer donde se encuentra lo inconsciente en el
cerebro humano, plantea la idea de que el cerebro derecho que se
desarrolla tempranamente, estaría encargado de alojar al self
implícito. Al respecto, Schore, (2008) menciona que el self
implícito inconsciente se va formando de manera muy temprana a
través del ciclo vital y que este opera de manera cualitativamente
distinta al self explicito consciente, el cual se forma con
posterioridad.
El
psiquiatra Simón Guendelman (2013) refiere que los efectos del
trauma, tienen directa relación con modificaciones específicas del
hemisferio derecho del cerebro. Esto se deberá a que en la etapa de
la primera infancia, específicamente antes de los 3 años, estas
estructuras se encuentran inmaduras, para ser influidas
principalmente por la relación social y que además, estas
estructuras están directamente asociadas a la regulación afectiva y
el procesamiento de las emociones. Por lo tanto la relación (apego)
madre e hijo será fundamental en el desarrollo del hemisferio
derecho del niño, determinando a su vez la calidad de la relación.
Además el autor menciona que es justamente en este hemisferio
cerebral donde se regulan los ciclos circadianos, y que antes de los
3 años están aún en estado de maduración la corteza órbito
frontal y la mielinización del cuerpo calloso, que permitiría la
comunicación entre el hemisferio cerebral derecho (lo implícito) y
el hemisferio izquierdo (lo explícito o racional). Considerando
estos puntos, la disregulación del hemisferio derecho producida
antes de los 3 años de edad producto de una ineficaz socialización
en cuanto sistema de apego inestable establecería el principal
mecanismo de apego traumático y subsecuente patogénesis.
Tomando
en consideración estas implicancias del desarrollo del hemisferio
cerebral derecho, relacionado con la percepción implícita o
inconsciente y por ende de los patrones de relación afectiva y
social, es que podemos comprender la importancia del trabajo con las
imágenes psíquicas que emergen de lo inconsciente y por ende de lo
crucial del papel que ocupa el cuerpo en la psicoterapia. Ahora mayor
relevancia toma su lugar si la metodología del psicodrama, trabaja
directamente sobre la intervención de este en las escenas personales
y grupales.
Por
último con respecto a la memoria corporal, Fonseca (1995) refiere
que el psicodrama genera la activación de ambos hemisferios
cerebrales, reviviendo las huellas Mnémicas, trayendo sus
implicancias al presente, dando mayor movimiento al psiquismo y
activando procesos mentales a través de la música, las imágenes,
la imaginación, el color, la creatividad, el ritmo, entre otras
actividades.
Referencias:
- Farah, R. (2008) Integração psicofísica: o trabalho corporal e a psicologia de C.G.Jung. São Paulo: C.I.Editora.
- Fernández, N. (2013) Psicodrama Arquetipal. Edit. Escuela venezolana de Psicodrama. Caracas, Venezuela.
- Fonseca, E. (1995) “Psicodrama”, Revista da Sociedade Portuguesa de Psicodrama.
- Guendelman, S. (2013) Neurobiología del trauma. Seminario teórico-clínico: Trauma relacional, corporalidad y vínculo terapéutico. Centro de estudios en psicoterapia relacional corporal: Santiago, Chile.
- Jung, C.G. (2002) Conciencia, inconsciente e individuación, en Jung, C.G., Arquetipos e inconsciente colectivo, Madrid: Trotta, OC Vol. 9. Parte 1.
- Matoso, E. (2008) El Cuerpo, Territorio Escénico. Buenos Aires: Editorial Letra Viva.
- Sassenfeld, A. (2010) El Lenguaje del Cuerpo como “Técnica Expresiva” en la Psicología Analítica. En M. Abalos (Ed.), Aportes en psicología clínica analítica junguiana (pp.129-143). Volumen III. Santiago de Chile: Universidad Adolfo Ibáñez.
- Schore, A. (2008) “The right brain implicit self lies at the core of psychoanalysis", artículo a ser publicado en Psychoanalytic Dialogues. Traducción por A. Sassenfeld artículo a ser publicado en Psychoanalytic Dialogues. Traducción por A. Sassenfeld.